OSCURIDAD
Las expertas manos prosiguen
su camino inexorablemente, tejiendo la mortaja de tela que poco a poco me va
aprisionando; ese traje que me va aislando, reduciendo, condenando.
Porque así está establecido.
Así debe ser.
Así ha sido desde el albor de
los tiempos.
Y la hora ha llegado para mí.
Suspiro.
Las manos han hecho este
trabajo antes. Cientos, miles de veces tal vez.
El rostro que hay tras ellas
permanece inexpresivo, ajeno a mi tormento interior.
Ahora están en mi rostro, en
mi barbilla.
En unos instantes enmudecen mi
boca para siempre, ahogando en la garganta un último grito de horror y
desesperación, de miedo y de pérdida.
Mi ojo derecho es cegado.
Solo queda el otro.
El último vestigio de lo que
soy, de mi esencia.
Me afano por retener esos
últimos momentos, atesorando cada imagen antes de que esa última ventana se
cierre.
Aunque hay poco que ver allí,
en esa pequeña e impersonal estancia en semi penumbras.
La última puerta se cierra,
dejándome a oscuras.
Las manos continúan sobre mi
rostro unos instantes más, luego se retiran.
Pronto vendrán otras manos
para completar el trabajo.
Para llevarme a mi reducida y
definitiva morada de madera.
Cerrarán la tapa y todo habrá
terminado.
O empezará.
Allí solo habrá oscuridad.
Hasta el día que el sol brille
al otro lado, mis vendas sean retiradas, mi cuerpo liberado y mis ojos castaños
vean de nuevo la luz.
David Albalate